Los días contados

19 de enero de 2008

A veces abro las ventanas y sin querer hay corrientes. Y no se entiende bien lo que digo, o digo mal lo que quiero que se entienda.

Saber lo que me gustaría es un conjuro de lo que quiero al final. Pero ¿qué final, de qué?

A veces creo encontrarlo de cara y trato de aceptarlo, disimulando y ocultando el miedo a su presencia. Entonces me parece que algo se acaba, como cuando un plantón empieza a convertirse en arbolito, como cuando a un niño se le caen los dientes de leche. Pero solo me parece.

Me ocurre cuando me tambaleo. Entonces, ¿Por qué se acaba una luna de miel? Porque se le caen los dientes de leche. Me he asomado a ver la luna…, no parece que le falte ninguno.

Lo único que tiene cada persona es su pasado, el mío, con todo lo que tiene, me gusta. Con quienes forman parte de él, lo quiero para siempre, y que sigan en el futuro participando de él también me garantiza el presente.

No hay otra cosa, salvo el miedo a las cenizas.

Me callo ya.

24 de noviembre de 2007

Déjame que te diga, que te diga que a veces no sé qué decir.

Déjame que te diga que no sé qué decir.

Déjame que lo sienta, que sienta que no puedo.

Porque no puedo hacer más, sino lo que puedo.

Aunque quiera, no puedo correr.

La mar está oscura y la luz del faro solo resplandece.

Tras la niebla, no sé qué hay.

Déjame que te diga, déjame que lo sienta, que no te lo puedo decir.

24 de noviembre de 2007

Porque es lo que más necesitamos a nuestro alrededor. No siempre en él podemos ver las condiciones ideales para ejercerla, pero debemos mantenerla en nuestra cabeza.

Nos hará entender que el tiempo pasa a su debido tiempo, y que es él, y no otro, quien en su transcurrir dará una medida de las cosas, de los aconteceres.

Esperar a que amanezca un nuevo día y decir que ¡mañana será otro día! Es una opción, sí.

Dejar que llegue la noche y agradecerle su acogida, y la ocasión que nos da para encontrarnos con lo que hicimos las últimas horas desde el anterior amanecer. Es una opción, sí.

Y yo prefiero la llegada de la noche.

Me recuerda a los faros que desde lo alto del acantilado miran más allá de donde les da la vista; con la seguridad de que alguien está viéndoles y que, el solo hecho de encontrarse erguidos en la oscuridad, alumbra sobre los navegantes su única seguridad.

La seguridad de que, llegado el día, han podido vencer la tentación de hundirse en mitad de la mar o de estrellarse contra la costa a la que se dirigen, o la tentación de perder la templanza y olvidarse de mantener el rumbo que un día decidimos tomar.

22 de noviembre de 2007

Sí, hace más de un año que me han abandonado las musas. Pero me asalta una duda: ¿son ellas las que me han abandonado? Tengo serias dudas que hayan salido corriendo.

Quizás solo están durmiendo o quizás yo soy quien ha dejado de sentirlas.

Lo último que puede escribir era muy duro. Y hasta este momento en el que estoy ahora, bien pudiera parecer que lo que me ocurrió fue realmente definitivo. Debió serlo a juzgar por la distancia. Algo debió de morir entonces.

No hace mucho escribí que me habían abandonado las musas, pero, ha sido nombrarlas y empezar a tener un vago recuerdo de lo que hacían; de lo que me hacían contar, escribir, mirar.

Porque queriendo en cierta medida volver a los territorios del alma, no creo que deba impedir que sean ellas quienes vuelvan a orientarme, a mover el sentido en la dirección de mis manos y comenzar de nuevo a mirar el horizonte.

Serán ellas quienes decidan despertarse del largo sueño, serán ellas quienes, en última instancia, prenderán el faro de este acantilado desde el que quiero volver a mirar hacia dentro, volver a mirar hacia afuera…

27 de mayo de 2006

Sí, aquí estoy. De nuevo, que no nuevo. Qué va, qué va, que no, que no va, quiero decir. Ni yo mismo me entiendo, o sí. Como siempre, no sé —¿sabes?—.

Siempre que vuelvo a escribir, como ahora, ha pasado mucho tiempo. Y, en ese tiempo, siempre han pasado muchas cosas, muchos acontecimientos, si no externos, sí interiores. Es probable que no los describa porque siempre estaría escribiendo del pasado, pero, desde luego, aquello sobre lo que ahora pudiera empezar a escribir es con toda seguridad de lo mismo que sobre lo que no escribí, quizás hace meses.

No importa. De verdad, los sentimientos que me llevan a ello son los mismos, son ellos. Pensándolo bien, quiero decir que sigo siendo el mismo, sigo siendo igual, bueno, igual no, más acertado es decir que soy el mismo.

No sé hacer otra cosa que seguir siendo, al menos ser y, dejar ser. Aquí es donde más me duele, bueno, uno de los lugares donde más me duele: el dejar ser.

¿Que suerte de respeto hacia ti me hace temer permanentemente tu pérdida?. Cuando no es por una cosa, es por otra. Tanto en la cercanía como en la lejanía siento un aumento de la distancia. Es posible que siempre haya existido esa distancia, pero al saber de la posibilidad de la proximidad, la temo más, ese alejamiento que no puedo objetivar, pero que sí lo siento.

Esta noche he tenido una pesadilla: alguien sacó una pistola y me disparó en la cabeza. No pude hacer nada por evitarlo, era imposible, solo tenía mi palabra y la mirada. No me sirvieron. Ya estaba decidido ese destino.

Fue una pesadilla en duermevela, por eso, al estar un poco dormido y un poco despierto, creí que había sucedido de verdad y lo que pensé en ese momento y me ocurrió, creí que era verdad, que estaba ocurriendo. La certeza de mi propia desaparición.

Alguien me dispara en la cabeza y me quita de en medio. No sé por qué, nunca le he hecho nada a nadie, ¿por qué me ha matado? Sentí la presión de la bala al entrar y atravesar el cráneo y cómo mi cabeza caía vencida por su propio peso.

Ya no era nadie para sujetar su peso. No pensé en el dolor que no sentí: ya estaba muerto, ya no tenía marcha atrás, había traspasado una línea de la que no se vuelve. Pero sí pensé en lo que ya no podía sentir. Tuve un único pensamiento dirigido hacia todo aquello que ya no podría decir ni hacer. Hacía todo aquello que, no habiéndolo hecho, ya no tendría ocasión de hacerlo. Un pensamiento en el que era consciente de todo lo que ya en ese momento me habían obligado a perder. Para siempre, nunca más tendría ocasión de hablar, de sentir, de pensar.

Me hicieron perder todo aquello que quise, a todas aquellas personas a las que quería. Te perdí, a ti que me estás leyendo, sin poder despedirme. No pude como escribí en una ocasión morir abrazado.

Adiós.

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