Desaparecido
27 de mayo de 2006
Sí, aquí estoy. De nuevo, que no nuevo. Qué va, qué va, que no, que no va, quiero decir. Ni yo mismo me entiendo, o sí. Como siempre, no sé —¿sabes?—.
Siempre que vuelvo a escribir, como ahora, ha pasado mucho tiempo. Y, en ese tiempo, siempre han pasado muchas cosas, muchos acontecimientos, si no externos, sí interiores. Es probable que no los describa porque siempre estaría escribiendo del pasado, pero, desde luego, aquello sobre lo que ahora pudiera empezar a escribir es con toda seguridad de lo mismo que sobre lo que no escribí, quizás hace meses.
No importa. De verdad, los sentimientos que me llevan a ello son los mismos, son ellos. Pensándolo bien, quiero decir que sigo siendo el mismo, sigo siendo igual, bueno, igual no, más acertado es decir que soy el mismo.
No sé hacer otra cosa que seguir siendo, al menos ser y, dejar ser. Aquí es donde más me duele, bueno, uno de los lugares donde más me duele: el dejar ser.
¿Que suerte de respeto hacia ti me hace temer permanentemente tu pérdida?. Cuando no es por una cosa, es por otra. Tanto en la cercanía como en la lejanía siento un aumento de la distancia. Es posible que siempre haya existido esa distancia, pero al saber de la posibilidad de la proximidad, la temo más, ese alejamiento que no puedo objetivar, pero que sí lo siento.
Esta noche he tenido una pesadilla: alguien sacó una pistola y me disparó en la cabeza. No pude hacer nada por evitarlo, era imposible, solo tenía mi palabra y la mirada. No me sirvieron. Ya estaba decidido ese destino.
Fue una pesadilla en duermevela, por eso, al estar un poco dormido y un poco despierto, creí que había sucedido de verdad y lo que pensé en ese momento y me ocurrió, creí que era verdad, que estaba ocurriendo. La certeza de mi propia desaparición.
Alguien me dispara en la cabeza y me quita de en medio. No sé por qué, nunca le he hecho nada a nadie, ¿por qué me ha matado? Sentí la presión de la bala al entrar y atravesar el cráneo y cómo mi cabeza caía vencida por su propio peso.
Ya no era nadie para sujetar su peso. No pensé en el dolor que no sentí: ya estaba muerto, ya no tenía marcha atrás, había traspasado una línea de la que no se vuelve. Pero sí pensé en lo que ya no podía sentir. Tuve un único pensamiento dirigido hacia todo aquello que ya no podría decir ni hacer. Hacía todo aquello que, no habiéndolo hecho, ya no tendría ocasión de hacerlo. Un pensamiento en el que era consciente de todo lo que ya en ese momento me habían obligado a perder. Para siempre, nunca más tendría ocasión de hablar, de sentir, de pensar.
Me hicieron perder todo aquello que quise, a todas aquellas personas a las que quería. Te perdí, a ti que me estás leyendo, sin poder despedirme. No pude como escribí en una ocasión morir abrazado.
Adiós.